José Antonio Crespo/ Langostas políticas/ Reforma El PRI, más que a un dinosaurio, se parece a una langosta; es capaz, como ese resistente insecto, de asimilar e inmunizarse a los distintos tipos de venenos e insecticidas con que se le fumiga. José Antonio Crespo Al PRI se le suele comparar con un dinosaurio, debido a que esos animales se extinguieron por no poder adaptarse a las nuevas condiciones climáticas. Otro tanto se supone que ocurrirá muy pronto con el "Prinosaurio", por su supuesta incapacidad para adaptarse al clima democrático. Sin embargo, no está claro que ésa sea la mejor analogía; el partido oficial ha demostrado una y otra vez su capacidad para adaptarse a condiciones cambiantes y superar diversos desafíos, por más que la época dorada del "carro completo" y de los "comicios soviéticos" hayan quedado atrás. Por lo mismo, el PRI, más que a un dinosaurio, se parece a una langosta; es capaz, como ese resistente insecto, de asimilar e inmunizarse a los distintos tipos de venenos e insecticidas con que se le fumiga. Los auténticos dinosaurios políticos son los partidos únicos (como los que gobernaron Europa Oriental durante el pleistoceno comunista). Y el error de buena parte de la oposición en México ha sido considerar al PRI como un partido único; nunca lo ha sido, ni en la forma ni en la sustancia. Desde luego tampoco ha sido un partido democrático, sino que es un "híbrido" entre un partido único y otro de tipo dominante; éste último es aquél que logra ganar durante décadas en comicios fundamentalmente limpios y equitativos. Los partidos dominantes -a diferencia de los únicos- son unas auténticas langostas políticas. Un claro ejemplo es el Partido Liberal Democrático (PLD) de Japón, que gobernó ininterrumpidamente de 1955 a 1993. Dice T.J. Pempel, especialista en estas langostas políticas, que cuando a fines de los setenta se vaticinaba la derrota del PLD japonés: "los periodistas y analistas políticos... presentaron sus opciones específicas para la 'inevitable' muerte del dominio de un solo partido en Japón" (Democracias diferentes. FCE. 1991. p. 406). Con todo, el PLD siguió en el poder hasta 1993. Su derrota en ese año permitió a la oposición coaligada cambiar dramáticamente la legislación electoral, de modo que un triunfo absoluto del PLD sería muy difícil. Esta legislación fue estrenada el 20 de octubre pasado. La oposición tenía la seguridad de ganarle al PLD; un senador del mayor partido opositor, aseguró que los mitos de los que se había nutrido el PLD habían desaparecido definitivamente, y que por tanto "Vamos a ganar" (Reforma, 19/X/96). Pero la langosta nipona conquistó la mayoría relativa de las diputaciones, si bien no podrá gobernar solo, como antaño. En México, muchos auguran la derrota del PRI para los comicios del año que entra. Pero contrariamente a ello, algunos analistas ya pronostican que la "Prilangosta" mantendrá la mayoría absoluta de la Cámara Baja, y sólo si le va verdaderamente mal, conservará la mayoría relativa. Ello se debe a que la dinámica del régimen priísta, lejos de operar sólo como la de un partido único, funciona también como la de los partidos dominantes, como el de Japón, Suecia o India. Uno de los muchos secretos que tienen las "langostas políticas" para sobrevivir, es la desunión casi permanente de su oposición. En México, eso constituye una enorme ventaja para el PRI, al cual le basta con soplar -y a veces ni eso- para que, acto seguido, el PAN y el PRD se confronten en singular batalla. De hecho, la única forma en la que han sido derrotadas las "langostas democráticas" es a través de una coalición opositora (en Japón, tuvieron que coaligarse en 1993 siete partidos de diverso color y sabor), lo que no impide que, al poco tiempo, la langosta regrese, muy ufana, a ocupar su sitio "natural" en el poder, como lo apunta Pempel. Pero hay más; la "Prilangosta" tiene más ventajas que sus primas de otros países, debido al carácter presidencialista de nuestro régimen (frente al parlamentario en que operan los partidos dominantes); por un lado, es más difícil constituir una coalición opositora antes de las elecciones, como se exige en México, que después de ellas, como ocurrió en Japón en 1993. Y también, los resultados que pueden provocar la derrota de un partido dominante en un parlamentarismo, no necesariamente implicarán su derrota en un régimen presidencialista (y menos cuando, como en México, no hay "segunda vuelta"). Es decir, si los resultados con los que fue derrotado el PLD japonés en 1993 se trasladaran al escenario mexicano en el año 2000, el PRI no perdería la presidencia. Y con la votación del PLD este año (48 por ciento) el PRI alcanzaría a ocupar el 56 por ciento de la Cámara Baja, de acuerdo a la nueva legislación electoral. Esto es, incluso si alcanzamos condiciones claramente competitivas, el PRI podría seguir ganando lo esencial del poder, por quién sabe cuánto tiempo más. A la oposición mexicana le conviene reconocer desde ya que no enfrenta a un "Prinosaurio" en las urnas, sino a una "Prilangosta", incluso más vigorosa que la "langosta japonesa" que se volvió a imponer en su país, la semana pasada. Nota de la Redacción. En el artículo de la semana pasada, "Los ciudadanos y la reforma electoral", donde dice que la reelección inmediata de los legisladores fue abolida en 1993, debió decir 1933. Copyright © 1996 Información Selectiva, S.A. de C.V.