Jaque Mate/ ¿Un nuevo PRI?

  Sergio Sarmiento

       "La victoria tiene cien padres,
       pero la derrota es huérfana."
       Conde Galeano Ciano (yerno de Mussolini)

       El gran perdedor en los comicios del 6 de julio es, sin duda, el
  PRI. Su porcentaje de la votación popular en elecciones federales pasó
  del 48 por ciento en 1994 a 38 por ciento en 1997. Además, el partido
  fue derrotado en los comicios para los gobiernos de Nuevo León,
  Querétaro y el Distrito Federal. La mayoría de las proyecciones
  señalan, por otra parte, que el PRI perdió la mayoría absoluta en la
  Cámara de Diputados.
       Estas derrotas, sin embargo, pueden convertirse en una verdadera
  oportunidad. Durante años, el PRI ha resentido todo el desgaste
  político del ejercicio del poder. Cada vez que un ciudadano era objeto
  de un abuso por parte de la autoridad, cada vez que una devaluación o
  una crisis económica afectaba su bolsillo, la responsabilidad se le
  atribuía a un solo gobierno y a un solo partido. Hoy el desgaste se
  compartirá.
       Mucho se ha hablado de la necesidad de reformar al PRI, de
  convertirlo en un verdadero partido político democrático, de darle una
  ideología clara que contraste con su pragmatismo tradicional. Los
  esfuerzos por transformar al PRI, de hecho, han sido numerosos. Quizá
  los más importantes hayan sido los de Carlos Madrazo, en el gobierno de
  Gustavo Díaz Ordaz, y de Luis Donaldo Colosio, en el sexenio de Carlos
  Salinas de Gortari. Pero las reformas han sido insatisfactorias, en
  parte porque el PRI no tenía necesidad de cambiar mientras siguiera
  ganando virtualmente todas las elecciones.
       Hoy los resultados de los comicios del 6 de julio cambian el
  panorama de manera radical. El presidente Zedillo afirma que no se
  puede ya hablar de "un partido de Estado" mientras que la revista
  Proceso describe "el fin del priato". Para el caso es lo mismo. Ya los
  candidatos del PRI no pueden estar seguros de que su nominación se
  traducirá en un triunfo electoral.
       Hay quien siente que esta nueva situación significa el fin del
  PRI. Yo más bien pienso lo contrario. De la derrota puede surgir un
  nuevo PRI: más sólido y más comprometido con una ideología concreta.
  Los verdaderos políticos se forjan en la oposición.
       Y hoy, por primera vez, los priístas están teniendo la oportunidad
  de ser oposición.
       El PRI que ha muerto es el partido corporativo, el partido de los
  favores políticos, el partido que necesitaba gastar 10 veces más que
  los demás y tener la atención constante de los medios electrónicos de
  comunicación para ganar elecciones. Ha muerto el PRI de los fraudes
  electorales.
       Sin embargo, hay todavía un hueco en el espectro político del país
  para un partido de centro. Entre un PRD que plantea la reconstrucción
  de un Estado interventor y un PAN que se inclina por una vaga ideología
  demócrata cristiana, el PRI puede encontrar un lugar natural en un
  liberalismo o una socialdemocracia moderada. Pero la gran pregunta es
  si el PRI verdaderamente quiere ocupar ese lugar.
       Hoy se está iniciando una fuerte batalla política en el seno del
  partido que ha gobernado a México durante 68 años. Hay fuertes
  presiones para desplazar de la presidencia a Humberto Roque, a quien
  muchos priístas identifican como el dirigente que llevó al PRI a su
  peor desempeño electoral en la historia. Otros piensan que los
  verdaderos responsables del desastre son el secretario de Gobernación,
  Emilio Chuayffet, y el propio presidente Zedillo, y quieren la renuncia
  del secretario o convertir al PRI en un partido de oposición frente al
  primer mandatario.
       Para muchos priístas es la política "neoliberal" la que ha llevado
  al PRI a la pérdida del poder. Mientras el gobierno de la República
  mantiene una estrategia basada en la libertad de mercado, estos
  priístas plantean la necesidad de regresar a una estrategia con mayor
  conciencia social: "No le puedes pegar constantemente a la gente y
  esperar que en las elecciones vote por ti", me dice un viejo priísta.
       Estos políticos tradicionales plantean, de hecho, que para
  recuperar votos el PRI debe asumir una política y una retórica similar
  a la del PRD. No les interesa el voto de la clase media, que se ha
  encauzado tradicionalmente al PAN. El PRI, según ellos, no tiene por
  qué pretender ser un partido de centro, cuando su fuerza tradicional ha
  radicado siempre en las masas populares.
       ¿Cuál es el PRI del futuro? Es difícil saberlo. Nadie sabe quién
  ganará la batalla interna del partido. Ciertamente hay una gran
  distancia entre el PRI populista, el partido de la CTM, que pide
  controles de precios y mayor gasto público, y el PRI liberal, el de
  Zedillo y de Guillermo Ortiz, que busca mantener las fronteras abiertas
  y un austero equilibrio en las finanzas públicas.
       De lo que no cabe ninguna duda es de que, después de su peor
  desempeño electoral de la historia, el PRI tendrá que tomar decisiones
  que ha postergado durante demasiado tiempo. Y una de las decisiones
  tendrá que ver, ineludiblemente, con su ideología.
       Un partido de Estado puede darse el lujo de mantener una ideología
  cambiante, adaptable a las circunstancias, pero un partido que busca el
  poder necesita ofrecer un mensaje claro a los ciudadanos.

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